miércoles, 10 de febrero de 2010

¿Acaso no soy una mujer?


En estas líneas me dispongo a reflexionar sobre el ser y sentirse mujer; y en concreto como la utilización incorrecta del lenguaje supone una forma más de discriminación.


El lenguaje, en estrecha relación con nuestro pensamiento, nombra e interpreta la realidad en la que vivimos.


A lo largo de la Historia, se ha tratado de explicar y justificar el modo en que las mujeres y los hombres se relacionan en nuestra sociedad, aludiendo a “diferencias naturales” que existen entre unas y otros.


En 1949, Simone de Beauvoir afirma la frase que inicia el movimiento feminista del siglo XX: "Una no nace mujer, sino que se hace mujer."
Su reflexión abrió todo un nuevo campo de indagación intelectual sobre la interpretación de la igualdad y la diferencia de los sexos, que hoy es tema de revistas, libros, debates políticos, políticas de diversidad empresarial y seminarios académicos y movimientos sociales en todo el mundo.

El género nos permite comprender nuestros propios estereotipos, posicionamientos y actitudes respecto al hecho de ser hombres o mujeres.


Estas formas de construir la identidad personal derivan de las normas sociales que nos dictan qué rasgos y comportamientos debemos potenciar y cuáles debemos eliminar.
Las pautas de género son impuestas a mujeres y hombres desde el nacimiento, y en la mayor parte de las sociedades conocidas han sido asimétricos y limitadores para ambos géneros. Las pautas consideradas masculinas son mejor valoradas que las femeninas y conducen a una relación de poder ejercido por los hombres sobre las mujeres.


El concepto de género es concebido como una construcción social y lo que ha sido construido socialmente puede cambiarse y transformarse. El género se va asumiendo poco a poco a través de lo que se llama proceso de socialización diferenciada.


En nuestros sistemas sociales se produce una clara división de tareas y roles en función del sexo de las personas y a su vez la valoración que se atribuye a ambos sexos es diferente, quedando las mujeres infravaloradas con respecto a la de los hombres.
Se nos construye como sujetos de género, y en cada sociedad nos tenemos que adaptar a los modelos establecidos, el problema no es tanto que todos seamos personas iguales, sino que hombre y mujer son diferentes, y eso no tiene que implicar desigualdad.


Cada mujer y cada hombre sintetizan y concretan en la experiencia de sus propias vidas el proceso sociocultural e histórico que los hace ser precisamente ese hombre y esa mujer: sujetos de su propia sociedad, vivientes a través de su cultura, cobijados por tradiciones religiosas o filosóficas de su grupo familiar y su generación, hablantes de su idioma, ubicados en la nación y en la clase en que han nacido o en las que han transitado, envueltos en la circunstancia y los procesos históricos de los momentos y de los lugares en que su vida se desarrolla.


La identidad es la manera en que la cultura se hace significativa a los individuos y en la que estos se autodefinen, no puede hablarse de cultura en términos generales, aunque hablemos de procesos de globalización que parecieran ser más evidentes en las ciudades, pero la cultura dominante, a pesar de sus pretensiones hegemónicas, es recreada y transformada por los grupos subalternos como las mujeres, los jóvenes, los/las negros/as y los y las indígenas, que además poseen sus propias formas culturales.


La perspectiva de ser/sentirse mujer varía dependiendo de la cultura. La participación de las mujeres en todas las sociedades del mundo y ámbitos de la vida, no ha garantizado su reconocimiento ni tampoco mejoras en su calidad de vida. No pueden participar plenamente en la vida económica y pública; tienen acceso limitado a las posiciones de influencia y poder; sus opciones laborales son más estrechas y obtienen menores ingresos que los hombres desempeñando el mismo trabajo.


Se subestima la participación de la mujer en la economía, esta situación se concreta en las representaciones sociales, en el ámbito académico y se convierte en una extensión de las diferencias de género que atraviesan en la sociedad.


Hay que tener en cuenta el trabajo doméstico y las propias desigualdades, para ver como se ha estudiado el rol económico de las mujeres. Debemos entender el trabajo como una construcción cultural, ¿qué es trabajo y que no?


Se están produciendo importantes avances en el ámbito social y legislativo que han propiciado cambios favorables para conseguir que la igualdad de oportunidades y de trato entre mujeres y hombres sea real y efectiva.
Si bien estos avances son notables y visibles, no debemos cesar en nuestro empeño de eliminar cualquier obstáculo que exista para que esta igualdad sea plena. La actual presencia de las mujeres en la vida pública y sus nuevos roles, tanto en estos espacios como en la vida privada, tienen grandes repercusiones en el lenguaje que nos hacen replantearnos nuestros hábitos lingüísticos para que respondan a esta nueva realidad. En una sociedad como la nuestra, que demanda una igualdad de derechos y deberes entre los sexos, el lenguaje, como producto social, no sólo debe reflejar esa igualdad, sino también debe contribuir a ella.


Sin embargo, siguen existiendo numerosas desigualdades que dificultan la participación de las mujeres en la sociedad. Uno de los aspectos a través de los cuales se hace patente la desigualdad existente entre hombres y mujeres es el uso sexista del lenguaje.
La utilización de un lenguaje sexista es una forma más de discriminación hacia la mujer, puesto que este tipo de lenguaje se caracteriza por ocultar e invisibilizar sistemáticamente a las mujeres.
La presencia cada vez más patente y relevante de la mujer en todos los niveles de nuestra sociedad obliga necesariamente a revisar el lenguaje y adaptarlo a las nuevas construcciones sociales, para así reconocer la labor realizada por las mujeres.


El cambio social producido en los últimos años gracias a la incorporación de las mujeres a todos los ámbitos de la vida económica, social y cultural debe conllevar la evolución del lenguaje, desterrando la utilización de las formulas que las discriminan o ignoran.


El lenguaje nos sirve para comunicarnos, pero también debe servir para construir e interpretar la realidad, para la consecución de una sociedad igualitaria lleve en sí la utilización de una lenguaje que represente por igual a todas las personas que forman parte de su comunidad, mujeres y hombres.
El lenguaje ha de ser claro y eficaz, pero sobre todo debe representar a toda la sociedad, por consiguiente es necesario es necesario utilizar un lenguaje que realmente nos represente a todos y a todas.


Es de vital importancia a mi parecer la introducción de la perspectiva de género en toda legislación y en los documentos normativos y reglamentarios; como un paso más hacia la efectiva igualdad.La cultura reside en un conjunto de significados públicos, pero solo puede ser verdaderamente significativa en la medida que haya instrumentos para la interpretación; la cultura está en la mente; por lo tanto debemos evolucionar hacia formas de igualdad que no discrimen en género a ningún individuo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario