domingo, 21 de febrero de 2010

Un día cualquiera


De nuevo lunes, ¡odio los lunes! Siempre, siempre lo mismo… madrugar. El mismo desayuno, la misma gente a la misma… Cojo el coche y voy al trabajo ( por no hacer mención de los atascos). Son las 8:00 a.m.
Cuando llego, está la cola para fichar y todos con un mismo pensamiento, el de finalizar la jornada laboral. En un primer momento nadie habla con nadie… ¿será que a todos los inunda el mismo pensamiento que a mí?. La monotonía.

Empiezo a trabajar, siempre el mismo movimiento y por más que lo intento no le encuentro el sentido, llego incluso a pensar que forma parte de mí. Intento no hacer caso de ese ruido ensordecedor que apenas me permite pensar, pero es inútil, el sonido también llega a formar parte de mí.
Pasadas ya tres horas, por fin alguien se dirige a mí y la única pregunta que me hacen, sin ni siquiera esperar mi respuesta, es: ¿Qué tal?; aún queda un rato para el bocadillo y sin más se aleja. ¡Qué pregunta tan absurda! y sin embargo todos estamos esperando a que nos la hagan, porque es el último entretenimiento prácticamente que tenemos (y eso que tan solo son unos segundos).
Por fin llegó la hora del bocadillo, después de cinco horas, el hambre se deja notar y por fin tengo quince minutos para intentar evadirme de esta situación. En esos quince minutos tengo que comerme el bocadillo, beberme el bote de refresco y fumarme un cigarrito “porque lo necesito” ¡¡¡ Y en quince minutos!!! Intento no mirar el reloj, pero observo que todos mis demás compañeros se dirigen a sus puestos de trabajo, por lo que debo acudir al mío. Me quedan otras cinco horas.
El dolor de mis piernas, por la zona de las rodillas, sobre todo, empieza ha hacerse cada vez más pesado, así, en un descuido dejo caer mis tijeras al suelo porque al recogerlas flexiono mis rodillas y, el dolor se alivia. Siguen pasando las horas, sigo sumergiéndome en mis pensamientos, que es la única compañía que tengo…
Por fín, llegan los últimos quince minutos y es inimaginable lo eternos que pueden llegar a ser. Miro el reloj una, otra y otra vez; pero el tiempo parece haberse detenido. Por fín escucho un sonido que ya no resulta molesto. Es la sirena. Ya basta por hoy. Pero a lo lejos diviso una silueta que se dirige hacia a mí. Es el jefe, la primera vez que le veo en el día: - Perdona, pero ¿te puedes quedar una hora más? Es que estamos apurados y tiene que salir un pedido… Sin mencionar palabra asiento con la cabeza y, en ese instante, siento un gran “peso” dentro de mí.
¿Por qué no he podido decir que no…?
La resignación se apodera de mí porque por muy injusto que sepa que es, necesito este maldito trabajo.


Martes, ¡odio los martes!...

Uno de tantos.
La precariedad laboral sigue siendo una asignatura pendiente, fenómeno que afecta de manera especial a mujeres y a jóvenes.
Los empresarios siguen haciendo uso de los contratos temporales de forma masiva y en numerosos casos abusiva. En nuestro país, los contratos temporales se utilizan cada vez más, para mantener a los trabajadores en situación de precariedad durante períodos de tiempo extremadamente largos.
El aumento de la siniestralidad laboral también es consecuencia directa de la precariedad laboral, la falta de formación sobre los riesgos en los puestos de trabajo, los incumplimientos empresariales de las normas y una insuficiente vigilancia y sanción de las diferentes administraciones.
Por ello no podemos dejarlo pasar; debe formar parte de la conciencia social de todos nosotros cambiar esta situación porque si ya está en sus límites preocupantes puede llegar a unos limites catastróficos.

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