martes, 9 de febrero de 2010

Ingresos = Felicidad: “Me lo llevo todo”

¿Cuántas veces te has sentido triste y te has ido de compras? ¿Cuántas veces has comprado por comprar.. y "te lo has llevado todo"?
La Encuesta Mundial de Valores indica que ingresos y felicidad suelen aumentar en paralelo.
Estamos inmersos en un mundo donde el consumo frenético nos aporta una falsa sensación de felicidad.

El mundo globalizado se encuentra con un gran problema: La sociedad de consumo; el ansia de consumo resulta insaciable.
Es preocupante el impacto de este tipo de desarrollo sobre el medio ambiente y el aumento del consumo de materias primas a ritmo más alto que el de la población. La factura ambiental y social de las economías industriales está empezando a ser difícil de ignorar.

La tendencia al agotamiento de los recursos y al deterioro de los ecosistemas indican la presión del creciente consumo que afecta a los espacios naturales.
La obsesión por lograr una sociedad de consumo está provocando también un deterioro de los indicadores de salud en muchos países, las enfermedades del consumo van en aumento (ejemplo, estrés, sobrepeso…)

Algunos factores que influyen en el deseo de consumir son la publicidad, las normas culturales, las influencias sociales y determinados impulsos fisiológicos y psicológicos. Los hábitos de consumo tienen una raíz social.
Se produce un despilfarro, un gasto que no redunda en beneficio alguno.

El nivel elevado de consumo está produciendo endeudamiento y tensión.
Está comprobado que la calidad de vida mejora cuando restringimos el consumo.
El desarrollo industrial, que acompañó a la revolución industrial, introdujo ya cambios importantes en los planteamientos y concepciones de la vida de los individuos y las colectividades. Posteriormente, la implantación de la sociedad de consumo supuso la llegada de cambios relevantes en los valores que se impusieron en el estilo de vida individual y colectiva. Propiciar que el mismo trabajador fuera el consumidor de aquello que producía, que pudiese comprar a crédito, que mejorase su calidad de vida en base a la adquisición de más productos, supuso promover un nuevo modelo de vida que no sólo afectaría a las condiciones materiales del consumidor individual, sino también, a sus sistemas ideológicos y culturales.

Si la imposibilidad de satisfacer las necesidades básicas deteriora la calidad de vida en los países pobres, muchos de los que viven en países ricos sienten que su calidad de vida se está deteriorando por la falta de tiempo, por unas relaciones sociales cada vez más insatisfactorias y por la degradación de nuestro entorno natural.

Es cada vez más habitual la idea de que el bienestar debe ser la meta de todos en beneficio de las sociedades.
La sociedad del bienestar debería aspirar a minimizar el consumo necesario para una vida digna y gratificante. Es necesario un nuevo modelo basado en la sostenibilidad que satisfaga las necesidades básicas de todas las personas mientras protege y hace uso responsable de la riqueza natural de nuestro planeta.

Las personas han de consumir para sobrevivir y los pobres del mundo tendrán que consumir más para vivir con dignidad y tener mayores oportunidades. Estamos ante una clase social consumidora. Según suben los ingresos, la gente tiene acceso a artículos de consumo más lujosos que indican una mayor prosperidad, comodidad, facilidades y distracción. Lo que en un principio se considera lujo, por el hábito pasa a considerarse necesidad.
El ritmo actual de producción industrial, consumo y generación de desechos resulta insostenible. Los espacios naturales están cediendo terreno a la construcción de viviendas e infraestructuras.
El mundo consume bienes y servicios a un ritmo insostenible, con graves consecuencias para el bienestar de las personas y del planeta.

Una de las críticas más comunes sobre la sociedad de consumo es la que afirma que se trata de un tipo de sociedad que se ha "rendido" frente a las fuerzas del sistema capitalista y que, por tanto, sus criterios y bases culturales están sometidos a las creaciones puestas al alcance del consumidor. En este sentido, los consumidores finales perderían las características de ser personas humanas e individuales para pasar a ser considerados como una masa de consumidores a quienes se puede influir a través de técnicas de marketing, incluso llegando a la creación de "falsas" necesidades entre ellos.
Desde el punto de vista de la desigualdad de riqueza internacional, se ha señalado también que el modelo consumista ha conducido a que las economías de los países pobres se vuelquen en la satisfacción del enorme consumo de las sociedades más industrializadas, mientras pueden dejar de satisfacer necesidades tan fundamentales como la alimentación de sus propias poblaciones, pues el mercado hace que se destinen los recursos a satisfacer a quienes pagan más dinero.
Es necesario un nuevo paradigma basado en la sostenibilidad, lo que supone satisfacer todas las necesidades básicas de todas las personas, y controlar el consumo antes de que éste nos controle.
El consumismo hoy domina la mente y los corazones de millones de personas, sustituyendo a la religión, a la familia y a la política. El consumo y el crecimiento económico sin fin es el paradigma de la nueva religión, donde el aumento del consumo es una forma de vida necesaria para mantener la actividad económica y el empleo. El consumo compulsivo de bienes es la causa principal de la degradación ambiental. Los miembros de una sociedad moderna, individualizada y consumista piensan en el bienestar social.

Reorientando las prioridades de la sociedad, podremos utilizar el consumo no como motor de la economía, sino como una herramienta para mejorar la calidad de vida de la humanidad. Existen razones para la esperanza, alternativas que satisfagan a las personas y mitiguen el daño medioambiental y social del consumo masivo.

En mi opinión, el capitalismo agresivo y depredador nos ha llevado a una sociedad corrupta.
El deterioro de los valores humanos, la deshumanización y la violencia social; son parte de las características negativas de esta sociedad que nos ha tocado vivir.
El consumo compulsivo, la necesidad de tener la mayor cantidad de objetos, para intentar ser más que otras personas, nos está conduciendo a un sin sentido; que conlleva a frustraciones existenciales; porque tal posesión no nos lleva a la felicidad.
Ahora inmersos en una crisis mundial, sería buen momento para plantearnos un consumo sostenible, que promueva el desarrollo social y económico, teniendo en cuenta los diferentes ecosistemas y un consumo razonable de las materias primas y de la energía.

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